domingo, 26 de setembro de 2021

Todos han muerto y estoy velándoME

 


En estos días últimos intenté sentarme milagrosamente sobre las aguas de Vallejo, pero a cada oleada de página me voy deshaciendo, quizás descuartizándome una y otra vez bajo sus palabras-piedras, tan potentes, que se mueven con un frenesí de mar, que se desborda su propia franja, que traga y vomita a la vez sus intestinos y corazón, que son a un tiempo su margen, espacio peligroso de vida/muerte, que se (des)hila a cada segundo-grano-de-arena. Mientras llovía soplada por el viento de “Todos están durmiendo para siempre” y me recitaba a mí misma que fuera posible que todos los días fueran “el dos de Noviembre” y que por eso me doblaban a mí y pesaban en las pestañas y en la memoria, siempre “muerta de hambre” me sentí tragada por la fuerza indecible del agua, cuando intenta recorrer el borde de sus enaguas y de niña con mucho pavor me aferraba a las piernas de mi abuela y sentía que todo que tenía bajo el cuerpo mío se deshacía y me rasguñaba. Me vino entonces el dolor pungente del ojo de mi abuela, siempre precipitado de sus bordes, como que jugando a la vera del abismo y tal juego le dolía la vida entera. Veía como por “la lente de una llaga”. Me quedé dormida y de debajo de mi almohada salió un quetzal que me cantaba a gritos que le abriera la puerta. Muy atontada me ponía algo aterrada y el pájaro movía sus alas con un inquietante frenesí mientras repetía el ruido con el pico y me apresuraba, como que conteniendo mi cuerpo entre sus plumas aladas. No sabía dónde una puerta. Pronto empecé a inventar una grieta con mis propias manos. Al inmediato contacto con la tierra escuchaba la música marina, con sus acordes de viento, algo ronco, algo húmedo. Mis úmeros bailaban notas sordas. Ahora era todo oscuridad. Sentía mi pecho algo apretado, pero todo mi cuerpo era mi pecho, que se inflaba y desinflaba. Todo latía. Y en la oscuridad de aquél agujero los ojos de plumas de colores de una serpiente me miraban como si por medio de una conjura al revés, que se produjera en el total silencio yo me fuera dejando estar pendiente de la mirada. Los úmeros hubieran llegado hasta el meollo del vientre y me sentía incómoda, porque en mi propia piel se desencadenaba un lamento de útero. Un movimiento de útero, que dilataba, liberaba y a la vez retraía. Veía en la oscuridad un dolor con proporciones de océano, innumerable y el dios serpiente emplumada se iba enroscando en mi útero, inventando allí un nido, sembrando en aquél suelo de agua una única pluma sagrada. La importante convulsión hizo que la tierra me pariera, escupiéndome al borde del mar y con los ojos bien cerrados de viento y arena pude ver al emplumado animal convirtiéndose en puro sonido lejano, inaudible, tan fuertemente inaudible que me hacía sangrar por los oídos. Absolutamente anonadada me dejé ser tocada por la voz del viento, por los párpados de la mar que se cerraban y abrían, bailando paralizada con la arena que era revolcada. De repente el sonido-gestación de concha, de entrañas, de oscuridad y secreto en plena luz. Alguien se me acercaba, se arreglaba a mi lado y las olas me empezaron a decir como en susurros: “los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros”, como sí esa cantilena formara un espiral que me hubiera hecho acordar de cosas que nunca hubiera vivido, que viví muriéndome, que morí sin vivir, cosas que olvidé sin que fueran mías, pero que ahora se inventaban de otra forma, cosas mías desde siempre. Y los ojos buídos y oscuros me interpelaban sobre los secretos que hacían llorar piedras-perlas-de-sal. Entonces, con palabras oscuras, de viento y concha marina le hablé de que buscaba por la vida toda inventar un batiscafo que me permitiera bucear por el útero de la tierra, pues envidiaba a Quetzalcoatl, necesitaba reinventar los huesos, rozarme los oídos en cada trozo roto de mis amadas, mis queridas, necesitaba sentir que me decían, como bailaban allí, ahora, cómo latían dentro del corazón-útero de las piedras. Aunque todos duerman, parecen inflamarme el vientre y me duelen. Por las noches no duermo, como si movimientos de bestias marinas hirieran, rascando por debajo de mi piel, siento que el umbral mismo en que el inca traspasa sin cesar, entre la oscuridad y su (re)nacimiento perpetuo voy a morir, inflada de un fermento que se produce desde la muerte, mi útero es a veces todo mi ser fecundo, y a veces y a la  vez es solo una mortaja indecible, incalculable, como el manto de la mar por las noches sin luna, puro secreto de vida y de muerte, de alegría y nostalgia, cuya ronca musiquilla traspasa lo que se puede traducir y busco, día y noche una palabra-escafandra que contenga y sobreviva resguardando el peso de mi dolor, de mi “bolor”, de mis calaveras con inscripciones en la frente que solo pueden ser dichas …es que hay un mar atragantado en mi garganta y las bestias pululantes de esta mar hieren mis cuerdas que sofocan hasta exprimir su voz por la sorda nota mojada de gotas saladas que fermentan por los ojos. Entonces le hago una petición. Le digo: Vallejo, por favor, dejame robar tus perlas-palabras, tus gotas musicales para que pueda despejarme, deja que sean mías y me ayuden a vomitar la tormenta líquida de dentro de mi útero-garganta: GOLPES COMO DEL ODIO DE DIOS; COMO SI ANTE ELLOS, LA RESACA DE TODO LO SUFRIDO SE EMPOZARA EN EL ALMA …LAS CREPITACIONES DE ALGÚN PAN QUE EN LA PUERTA DEL HORNO SE NOS QUEMA … VUELVE LOS OJOS, COMO CUANDO POR SOBRE EL HOMBRO NOS LLAMA UNA PALMADA; VUELVE LOS OJOS LOCOS, Y TODO LO VIVIDO SE EMPPOZA, COMO UN CHARCO DE CULPA, EN LA MIRADA. Ahora ya no importa, se las robé, y son lo mismo siendo otra cosa. Mientras nos hablábamos, él, por medio de la mirada invocada por las olas como grietas-útero-agujeros me preguntaba que estaba hilando, qué es eso que voy cosiendo mientras nos mirablávamos. En silencio le contesto que es la herida de mi abuela, en su cabeza, la hilo y deshilo, una y otra vez, pero la grieta esta me duele, y voy intentando arreglarla, es una herida, un rasgo, que se instaló muy hondo en mis tripas y en mi útero, pues que siento el mundo con mis tripas y con el útero mío y de mis mujeres, desde el nacimiento heridas de muerte, úteros-vidas que a veces son impelidas a gestar “manitas que se abarquillan asiéndose de algo flotante, a no querer quedarse”. Las “cuencas profundas, abismales” se convierten en huacos/huacas desde donde invento conjuras a mis xoloitzcuintles, mirando desde arriba el océano a revés, intentando, por medio de los aullidos que lloramos riendo juntos, alcanzar a mis hermanas, madres e hijas: las cihuateteo que tradujeron vida y muerte, lucha y dicha desde sus adentros, desde sus entrañas, por eso deshilé la tierra y te acosté con todo mi amor en el vientre de la Pacha. En la lengua que he aprendido contigo exploto mis lamentos, pues sólo imitando los aullidos de la madrugada de tu muerte soy capaz de tocar lo absurdo. “Absurdo, sólo tú eres puro”. Aullando (des)hilo regalos desde la huaca más sagrada: la piedra misteriosa que se muestra como un ojo-cuenca-de-obsidiana. Desde esta concha produzco vientos aullantes: axcan quiahuiz yali mitote ollin cihuatl yolotzin xochitl iztli. Conjuro desde mi útero-vientre-garganta “no lo que aún no haya venido, sino lo que ha llegado y se ha ido, sino lo que ha llegado y ya se ha ido”. Murmuro a orillas del mar trozos-granos- invocaciones para que subamos para abajo, para que mi concha-obsidiana pueda parir el pájaro que brotará desde la tierra: Pachakuti, ¡lloved, olead, granizad!


Suerda Lima

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