En estos días últimos intenté sentarme
milagrosamente sobre las aguas de Vallejo, pero a cada oleada de página me voy
deshaciendo, quizás descuartizándome una y otra vez bajo sus palabras-piedras,
tan potentes, que se mueven con un frenesí de mar, que se desborda su propia
franja, que traga y vomita a la vez sus intestinos y corazón, que son a un
tiempo su margen, espacio peligroso de vida/muerte, que se (des)hila a cada
segundo-grano-de-arena. Mientras llovía soplada por el viento de “Todos están
durmiendo para siempre” y me recitaba a mí misma que fuera posible que todos
los días fueran “el dos de Noviembre” y que por eso me doblaban a mí y pesaban
en las pestañas y en la memoria, siempre “muerta de hambre” me sentí tragada
por la fuerza indecible del agua, cuando intenta recorrer el borde de sus
enaguas y de niña con mucho pavor me aferraba a las piernas de mi abuela y
sentía que todo que tenía bajo el cuerpo mío se deshacía y me rasguñaba. Me
vino entonces el dolor pungente del ojo de mi abuela, siempre precipitado de
sus bordes, como que jugando a la vera del abismo y tal juego le dolía la vida
entera. Veía como por “la lente de una llaga”. Me quedé dormida y de debajo de
mi almohada salió un quetzal que me cantaba a gritos que le abriera la puerta.
Muy atontada me ponía algo aterrada y el pájaro movía sus alas con un
inquietante frenesí mientras repetía el ruido con el pico y me apresuraba, como
que conteniendo mi cuerpo entre sus plumas aladas. No sabía dónde una puerta.
Pronto empecé a inventar una grieta con mis propias manos. Al inmediato
contacto con la tierra escuchaba la música marina, con sus acordes de viento,
algo ronco, algo húmedo. Mis úmeros bailaban notas sordas. Ahora era todo
oscuridad. Sentía mi pecho algo apretado, pero todo mi cuerpo era mi pecho, que
se inflaba y desinflaba. Todo latía. Y en la oscuridad de aquél agujero los
ojos de plumas de colores de una serpiente me miraban como si por medio de una
conjura al revés, que se produjera en el total silencio yo me fuera dejando
estar pendiente de la mirada. Los úmeros hubieran llegado hasta el meollo del
vientre y me sentía incómoda, porque en mi propia piel se desencadenaba un
lamento de útero. Un movimiento de útero, que dilataba, liberaba y a la vez
retraía. Veía en la oscuridad un dolor con proporciones de océano, innumerable
y el dios serpiente emplumada se iba enroscando en mi útero, inventando allí un
nido, sembrando en aquél suelo de agua una única pluma sagrada. La importante
convulsión hizo que la tierra me pariera, escupiéndome al borde del mar y con
los ojos bien cerrados de viento y arena pude ver al emplumado animal convirtiéndose
en puro sonido lejano, inaudible, tan fuertemente inaudible que me hacía
sangrar por los oídos. Absolutamente anonadada me dejé ser tocada por la voz
del viento, por los párpados de la mar que se cerraban y abrían, bailando
paralizada con la arena que era revolcada. De repente el sonido-gestación de
concha, de entrañas, de oscuridad y secreto en plena luz. Alguien se me
acercaba, se arreglaba a mi lado y las olas me empezaron a decir como en
susurros: “los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros, los ojos
buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros, los ojos buídos y oscuros”, como
sí esa cantilena formara un espiral que me hubiera hecho acordar de cosas que
nunca hubiera vivido, que viví muriéndome, que morí sin vivir, cosas que olvidé
sin que fueran mías, pero que ahora se inventaban de otra forma, cosas mías
desde siempre. Y los ojos buídos y oscuros me interpelaban sobre los secretos
que hacían llorar piedras-perlas-de-sal. Entonces, con palabras oscuras, de
viento y concha marina le hablé de que buscaba por la vida toda inventar un
batiscafo que me permitiera bucear por el útero de la tierra, pues envidiaba a
Quetzalcoatl, necesitaba reinventar los huesos, rozarme los oídos en cada trozo
roto de mis amadas, mis queridas, necesitaba sentir que me decían, como
bailaban allí, ahora, cómo latían dentro del corazón-útero de las piedras.
Aunque todos duerman, parecen inflamarme el vientre y me duelen. Por las noches
no duermo, como si movimientos de bestias marinas hirieran, rascando por debajo
de mi piel, siento que el umbral mismo en que el inca traspasa sin cesar, entre
la oscuridad y su (re)nacimiento perpetuo voy a morir, inflada de un fermento
que se produce desde la muerte, mi útero es a veces todo mi ser fecundo, y a
veces y a la vez es solo una mortaja
indecible, incalculable, como el manto de la mar por las noches sin luna, puro
secreto de vida y de muerte, de alegría y nostalgia, cuya ronca musiquilla
traspasa lo que se puede traducir y busco, día y noche una palabra-escafandra
que contenga y sobreviva resguardando el peso de mi dolor, de mi “bolor”, de
mis calaveras con inscripciones en la frente que solo pueden ser dichas …es que
hay un mar atragantado en mi garganta y las bestias pululantes de esta mar
hieren mis cuerdas que sofocan hasta exprimir su voz por la sorda nota mojada
de gotas saladas que fermentan por los ojos. Entonces le hago una petición. Le
digo: Vallejo, por favor, dejame robar tus perlas-palabras, tus gotas musicales
para que pueda despejarme, deja que sean mías y me ayuden a vomitar la tormenta
líquida de dentro de mi útero-garganta: GOLPES COMO DEL ODIO DE
DIOS; COMO SI ANTE ELLOS, LA RESACA DE TODO LO SUFRIDO SE EMPOZARA EN EL ALMA
…LAS CREPITACIONES DE ALGÚN PAN QUE EN LA PUERTA DEL HORNO SE NOS QUEMA …
VUELVE LOS OJOS, COMO CUANDO POR SOBRE EL HOMBRO NOS LLAMA UNA PALMADA; VUELVE
LOS OJOS LOCOS, Y TODO LO VIVIDO SE EMPPOZA, COMO UN CHARCO DE CULPA, EN LA
MIRADA. Ahora ya no
importa, se las robé, y son lo mismo siendo otra cosa. Mientras nos hablábamos,
él, por medio de la mirada invocada por las olas como grietas-útero-agujeros me
preguntaba que estaba hilando, qué es eso que voy cosiendo mientras nos
mirablávamos. En silencio le contesto que es la herida de mi abuela, en su
cabeza, la hilo y deshilo, una y otra vez, pero la grieta esta me duele, y voy
intentando arreglarla, es una herida, un rasgo, que se instaló muy hondo en mis
tripas y en mi útero, pues que siento el mundo con mis tripas y con el útero
mío y de mis mujeres, desde el nacimiento heridas de muerte, úteros-vidas que a
veces son impelidas a gestar “manitas que se abarquillan asiéndose de algo
flotante, a no querer quedarse”. Las “cuencas profundas, abismales” se convierten
en huacos/huacas desde donde invento conjuras a mis xoloitzcuintles, mirando
desde arriba el océano a revés, intentando, por medio de los aullidos que
lloramos riendo juntos, alcanzar a mis hermanas, madres e hijas: las cihuateteo
que tradujeron vida y muerte, lucha y dicha desde sus adentros, desde sus
entrañas, por eso deshilé la tierra y te acosté con todo mi amor en el vientre
de la Pacha. En la lengua que he aprendido contigo exploto mis lamentos, pues
sólo imitando los aullidos de la madrugada de tu muerte soy capaz de tocar lo
absurdo. “Absurdo, sólo tú eres puro”. Aullando (des)hilo regalos desde la
huaca más sagrada: la piedra misteriosa que se muestra como un
ojo-cuenca-de-obsidiana. Desde esta concha produzco vientos aullantes: axcan quiahuiz yali mitote ollin cihuatl
yolotzin xochitl iztli. Conjuro desde mi útero-vientre-garganta “no lo que
aún no haya venido, sino lo que ha llegado y se ha ido, sino lo que ha llegado
y ya se ha ido”. Murmuro a orillas del mar trozos-granos- invocaciones para que
subamos para abajo, para que mi concha-obsidiana pueda parir el pájaro que
brotará desde la tierra: Pachakuti, ¡lloved, olead, granizad!
Suerda Lima
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